martes, 24 de agosto de 2010

GENERAR COMPASIÓN


      La compasión es el anhelo libre de ataduras que responde al mundo con nobleza de corazón, la comprensión de que los demás son exactamente iguales que nosotros. El león observa el mundo y ve que lo que mueve a todos sus habitantes – la hormiga que corretea por el suelo, la lombriz que se arrastra bajo tierra, el pájaro que vuela muy alto, el antílope que atraviesa la pradera como una flecha – es el deseo de ser felices: todos quieren dejar de sufrir. Desde el momento en que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir, todos estamos persiguiendo este propósito: en la ducha, desayunando, yendo al trabajo o viendo una película. Todos y cada uno de los días esperamos no sufrir. Con la disciplina del león, extendemos e forma activa ese deseo a los demás, lo que origina el deleite el león.

    Desear que los demás no sufran puede parecer tan inútil como poner una flor en el cañón de una escopeta, pero la sabiduría ancestral dice que la compasión es más poderosa que la ira que hay detrás del rifle. Al fin y al cabo, estamos aquí a causa de la compasión: gracias a la compasión de nuestros padres tuvimos alimentos que comer y ropa que ponernos, pudimos sobrevivir porque hubo alguien que no quiso que pasáramos hambre ni frío. Incluso hoy, la comida que tomamos, la casa donde vivimos y la ropa con que nos cubrimos el cuerpo, todo ello tiene su origen en la compasión. Aunque es cierto que se busca un beneficio en la fabricación de esas cosas, la compasión también interviene.

    La compasión deshace la confusión. Todos queremos ser felices, pero reina la confusión acerca de cómo conseguirlo y creemos que el egoísmo es lo que nos llevará allí. Si estamos siempre comportándonos como empresarios ruines que piensan sólo en su propio beneficio, lo único que hacemos es dañarnos y dañar a los demás, porque actuamos por puro interés. Vivir en base a esta confusión produce los frutos de la no virtud: dolor, ansiedad, desilusión y remordimiento. La palabra tibetana para “yo” tiene la connotación de estar atiborrado y caerse: estar atiborrados de nosotros mismos produce de forma inmediata emociones negativas y eso hace que sigamos cayendo en la era tenebrosa.

    La compasión, por el contrario, es la energía auténtica de la mente, que irradia desde la bondad fundamental como el sol, nos eleva por encima del ensimismamiento y nos saca de la era tenebrosa. Exactamente igual que el sol tras una nube, brilla a través de nuestro egocentrismo. Por ejemplo, si vamos corriendo hacia el autobús y vemos a una persona cargada de bolsas muy pesadas, eso nos hace ir más despacio y desear que se alivie su sufrimiento. La compasión frustra la prisa y entonces nos paramos a ayudar a la otra persona.

    La compasión se basa en ver el sufrimiento, relacionarse con él y dejar que se vaya. Pensamos en todo el mundo y en todos los seres atrapados en un sufrimiento tremendo, y hacemos surgir la aspiración de llegar a tener el poder necesario para aliviar su dolor. Cuando uno siente dolor tiene la sensación de estar atrapado, de encontrarse en un callejón sin salida, de modo que la contemplación de ese aspecto del dolor engendra compasión, el grandioso corazón del león, y nos gustaría que todos los seres se liberaran a través de la luz de su propia sabiduría y compasión, y dejaran así de sufrir.
    
    Para hacer la meditación contemplativa de la compasión, en primer lugar pensamos en una experiencia personal que la evoque, ya que sentarse simplemente a pensar “ojalá que nadie sufra” puede resultar un tanto ambiguo, porque puede que un pensamiento tan vasto, por lo menos al principio, no genere demasiada compasión. Yo suelo empezar recordando la primera vez que vi cómo atropellaban a un perro. El automóvil chirrió hasta parar y el perro gimió quejándose, le habían golpeado en los cuartos traseros y arrastraba las piernas. Sin mediar pensamiento alguno, me dio un vuelco el corazón y sentí un fuerte deseo de aliviar su dolor. Volver a recrear mentalmente esa experiencia personal siempre hace surgir en mí un sentimiento de compasión. Ésa es la manera de potenciar la compasión: prendiendo su chispa de una manera muy personal. Buda enseñó que podemos tener ese sentimiento íntimo de compasión hacia todos los seres.

    Cuando surge el sentimiento de compasión, meditamos en nuestra respuesta durante unos instantes y la compasión empieza a fluir. Una vez que hemos generado compasión, podemos ir extendiéndola a nuestra familia y amigos, poco a poco. Así la engrandecemos. Si imbuimos la compasión de inteligencia podemos brindársela incluso a nuestros enemigos. Todo el mundo se ve constantemente arrastrado de aquí para allá por su propia ira y orgullo, así que cuando tenemos una relación de animosidad con alguien, si podemos ver que el sufrimiento de esa persona también surge de la emoción negativa que la tortura, igual que tortura el acosador a su víctima, entonces podemos sentir compasión.
    
    Con compasión se puede incluso vencer a los demonios, seres invisibles que se encuentran atrapados en las emociones negativas y en las perspectivas erróneas. Apresados entre una vida y la siguiente, dañan a los demás a causa de su inconsciencia. Hay historias de lamas budistas tibetanos que intentaban sin éxito ahuyentar a los demonios con exorcismos y conjuros, hasta que por fin les brindaron su compasión y los demonios encontraron la paz y se vieron liberados de su penoso estado.
    
    Hay dos tipos de compasión: la compasión acompañada de aferramiento y la compasión acompañada de prajña (el conocimiento supremo). La compasión que sentimos hacia nuestros amigos y familiares viene normalmente acompañada de aferramiento y así, aunque queramos lo mejor para ellos, nuestras buenas intenciones están teñidas de envidia, apego o miedo. El aferramiento dificulta que nuestra compasión sea honesta porque seguimos pensando en nosotros mismos, ya que queremos que desaparezca el sufrimiento de alguien porque a nosotros no nos conviene, nos produce miedo o nos hace sufrir. Por medio de la meditación contemplativa, filtramos las impurezas de las emociones negativas y tocamos la veta madre de la virtud: la compasión no adulterada a corazón abierto.

    Buda dijo: “No te creas lo que digo sin más, contémplalo. Es preferible que tu te convenzas a ti mismo a que te convenza yo”. Convencerse a sí mismo es cuestión de práctica. La meditación contemplativa consiste en centrarse en un motivo concreto  permanecer en él durante un rato. Es decir, mantenemos la mente en algo y por lo tanto no le queda más remedio que familiarizarse con ello; ése es el significado de una de las palabras que, en tibetano, designa la meditación: “familiaridad”. Otra palabra tibetana para la práctica meditativa es “incluir en la experiencia”. Cuando contemplamos la compasión, emplazando la mente en el bienestar ajeno, nos percatamos cuando estamos, en vez de ello, pensando en nosotros mismos, entonces lo reconocemos y hacemos que la mente vuelva al pensamiento de la compasión. Así nos familiarizamos con la compasión y la incluimos en nuestra experiencia.

    Cuando experimentamos compasión, separamos su oro cribándolo con la prajña, el conocimiento de cómo son las cosas. Con la lucidez de la prajña, aprendemos a brindar la compasión hacia los demás, no porque les tengamos apego o temamos que sufran, sino porque sabemos que todos los seres desean, exactamente igual que nosotros, la felicidad y, exactamente igual que nosotros, no quieren sufrir. Con este conocimiento y comprensión, podemos extender nuestro cariño hacia los demás al igual que los cálidos rayos del sol resplandecen en las praderas de alta montaña donde mora el león. Cuanta más compasión generemos, más se engrandecerá nuestra mente y, como la compasión produce alegría, más felices seremos.
    
    Cuando nos despertamos por la mañana, deberíamos recordar que toda la felicidad duradera proviene de la sabiduría y de la compasión. La compasión no es una mera respuesta pusilánime a la codicia y la agresividad abrumadoras. La mente de la sabiduría y de la compasión es el estandarte victorioso de la edad de oro y, cuando enarbolamos este estandarte en nuestra vida, el caballo de viento se eleva.

Capítulo trece de Gobierna tu vida, de Sakyong Mipham

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