Encontrarse
con los otros, regalarse, llamarse, brindar, conversar... En tu casa,
en mi casa, con tus padres o los míos, mis amigos o los tuyos, y los
chicos, la reunión de la empresa... Fin de año implica muchas cosas, pero sobre todo un desafío: el de permanecer en eje.
En ese sentido, ningún Taller de Autoconocimiento que podamos hacer durante el año puede ofrecernos circunstancias mejores que las que plantean las Fiestas: el estímulo que ejerce cada encuentro nos muestra distintas partes de nosotros mismos que se ponen en juego. ¿Cuál es el requisito para que las Fiestas se conviertan en un laboratorio interior (recuperando el sentido de esa palabra: labor-oratorio)? El de autoobservarme.
En ese sentido, ningún Taller de Autoconocimiento que podamos hacer durante el año puede ofrecernos circunstancias mejores que las que plantean las Fiestas: el estímulo que ejerce cada encuentro nos muestra distintas partes de nosotros mismos que se ponen en juego. ¿Cuál es el requisito para que las Fiestas se conviertan en un laboratorio interior (recuperando el sentido de esa palabra: labor-oratorio)? El de autoobservarme.
Antes
de involucrarme en una actividad social refuerzo dentro de mí el
propósito de verme, de darme cuenta de qué siento, qué pienso, qué
actitudes corporales adopto, qué proyecto sobre los demás, cómo me
imagino ser vista por el otro... Y de pronto me advierto que, a pesar de
mi propósito, “soy tragada” por los eventos, arrastrada por las
circunstancias... Entonces, respiro hondo, cargo aire como si cargara
conciencia, y vuelvo a prestarme atención. Así es la tarea.
Esto no
significa mantenerme al margen de lo que hago o me sucede: por el
contrario, si vuelvo a mí, puedo estar más presente. Imaginemos una
escena ajena: ella está saliendo para una reunión navideña en casa de
sus suegros. A medida que se viste, observa con qué disgusto se mira al
espejo. Se prueba una ropa y otra, unos aros y otros... nada le gusta.
Hasta que se da cuenta de que no está siendo mirada a través de sus
propios ojos, sino como imagina que podrían mirarla los demás
(especialmente su cuñada, que es muy elegante). Cuando advierte el
laberinto de espejos en el que se ha metido, respira hondo, se ríe de sí
misma con ternura, y suelta esa vieja actitud. Al hacerlo, se siente
más liviana, más libre: elige la ropa y los aros que a ella misma le
agradan, y queda muy en tercer o cuarto plano su preocupación sobre cómo
la verán los demás.
Algo
más: luego llega a la reunión, y cuando entra a la sala observa dentro
de sí que, más que sentirse criticada, es ella quien adopta una actitud
crítica ante los que allí están, ejerciendo un juicio interno sobre ése y
aquél. Respira hondo, y elige focalizar su atención en otros aspectos
de la reunión. Se acerca a aquellos con quienes tiene más
afinidad, y se da cuenta de cuán poco los conoce. Entonces empieza a
hacer preguntas con genuino interés... y a escuchar... a contar de sí...
a dialogar con quienes ve hace años, pero se da cuenta de que no
conocía a fondo... y se siente bien (recordando aquella frase de la Madre Teresa de Calcuta: “Si juzgas a la gente no tienes tiempo de amarla"...).
Veamos
más: él sale con la intención de no perderse a sí mismo... y se le
ocurre observar cuál es el rol que tiende a desplegar en las reuniones
familiares. Y ve que a medida que llega al encuentro en casa de sus tíos
se va armando dentro de sí una identidad que podría llamar “el que hace
reír”: una especie de bufón cuyo arte consiste en mantenerse serio y
decir cosas que produzcan un efecto hilarante. Observa su tono de voz,
sus gestos... y se da cuenta de que por un rato eso está bueno... pero
que pasar toda la noche aferrado a esa identidad le impide estar cerca
de los demás desde otros roles... o sin rol. Ve que fuera de ese rol se
siente desnudo, inseguro, sin saber cómo actuar. Pero no quiere más de
lo mismo! Entonces respira hondo, vuelve a su eje, y “apaga el
mecanismo” por un rato; así, surgen aspectos de sí que ni él ni los
demás no conocían, y gracias a eso los otros también comienzan a ser
como habitualmente no son...
¿Qué es lo que sucedió? Se desarmó la mecanicidad, y apareció la conciencia. Volver al
eje es lo que puede hacer que vivamos las Fiestas como algo no trivial,
recuperando su verdadero significado sagrado (más allá de cualquier
credo): el símbolo del nacimiento interno, y de comenzar también un
nuevo tiempo, como lo es cada año, mas sabiendo que ningún Año Nuevo es realmente Nuevo si los nuevos no somos nosotros, a partir de una nueva actitud. Que así sea!
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