domingo, 6 de febrero de 2011

Sûtras I.15 y 16

Continuando con el estudio de la tercera sección del primer Libro de los Yogasutras de Patanjali (Aforismos 12 a 18), nos acercamos este mes a los Sutras 15 y 16, donde se nos presenta el segundo componente del camino del yoga: EL DESAPEGO.

El desapego es una inteligencia de la vida, que nos permite desembarazarnos de las cosas inútiles o perjudiciales. En este primer libro dedicado, recordémoslo, a un discípulo avanzado, ya próximo a la meta, Patanjali no se toma la molestia de describir las etapas preliminares, y el desapego del que nos habla es de un alto nivel. Es el fruto de una paciente poda, de una gran cantidad de pequeños “sacrificios” cotidianos y de mucho discernimiento.

Este alto desapego, dice Patanjali se caracteriza por una “ausencia de sed”. Utiliza una forma un poco particular para decírnoslo, con una forma de hablar  propia de Patanjali. Nos dice que ese desapego no es una simple reducción, un control más o menos riguroso del deseo, sino la ausencia total. Sólo una persona establecida en una gran estabilidad mental puede poseer tal desapego. Y, a su vez, sólo el desapego trabajado hasta este alto grado de maestría puede permitir esa estabilidad mental. 

En efecto, si a la mayoría de la gente nos cuesta tanto estabilizar nuestra mente, es a causa de “demasiada sed”. Innumerables necesidades, innumerables deseos, de los que no podemos desapegar nuestros sentidos, nuestro corazón y nuestra mente, nos mantiene en un estado de insatisfacción e inquietud, que aviva las fluctuaciones de la mente.

Este desapego, caracterizado por un dominio, por un estado de ausencia total de sed nos resulta rarísimo, pero, no debemos olvidar que el primer libro se dirige a gente excepcional. Sin embargo, permite a los otros, a todos los seres más ordinarios (que nosotros somos) imaginarse este alto grado de desapego y tomarlo como modelo. Les permite también observar cómo están de lejos del desapego acompañado del dominio, darse cuenta que en ellos hay constantemente deseo, apego y que los diferentes sentimientos que estos engendran no cesan de turbarles la mente.

Aunque Patanjali no describa aquí las primeras etapas del desapego, es importarte decir algunas palabras sobre ello, ya que el desapego acompañado del dominio sólo llega al final de la práctica y es precedido por tres estados anteriores:
  • La resistencia: esforzarse en no incitar a los sentidos en la incesante búsqueda de placeres, tal es su objetivo. Aquí, el desapego y la práctica van unidos. Este primer grado de desapego es una ascesis, una resistencia a todo lo que entorpece la vida, turba la mente y debilita el carácter.
  • La renuncia: cuando el apego material, sin haber completamente desaparecido, ha sido suficientemente disciplinado, puede establecerse parcialmente un espíritu de renuncia. Se recogen los frutos de los esfuerzos precedentes. La batalla de los sentidos está en trance de ser ganada.
  • El abandono: cuando, a fuerza de práctica, los órganos de los sentidos están completamente privados de objetos y la idea de apego no subsiste más que en la mente (bajo la forma de germen) se alcanza el último estadio preparatorio.
Liberarse de la atracción hacia lo que a uno le gusta y de la repugnancia hacia lo que no le gusta, es la primera definición del desapego. La resistencia a los deseos debe ser más o menos radical, según la naturaleza de las cosas a las que estamos atados y según la intensidad de nuestro apego. Hay cosas, que indiscutiblemente, nos hacen sufrir y afectas nuestras relaciones (droga, juego, violencia, etc), y aquí hay que hacer un esfuerzo que puede ir hasta el desgarramiento, la eliminación pura y simple.
Otras cosas no son malas en sí mismas, pero, a pesar de todo, amenazan con engendrar sufrimiento. Una actividad sana (por ejemplo, un deporte) puede llegar a ser una pasión que devore todas nuestras fuerzas, nuestro tiempo, haciéndonos esquivar nuestras responsabilidades o abandonar a las personas más próximas. Aquí también se impone un trabajo, un esfuerzo de moderación y discernimiento.
Finalmente, otras cosas parecen intrínsecamente buenas, hasta el punto que parece legítimo apegarse a ellas (familia, amigos, trabajo), pero, incluso estas cosas pueden producir mucho sufrimiento si no se busca un cierto desapego.

Comprendemos pues que es importante poder vencer progresivamente cualquier forma de avidez, dependencia, todo sentimiento de posesión.

Volviendo a los últimos estadios del desapego que Patanjali nos presenta en estos sutras, distinguimos dos: el que lleva el sello de la maestría (descrito en el aforismo 15) y el desapego supremo (descrito en el 16).
 
El aforismo 15 (drishta anushravika vishaya vi-trishnasya vashikara samjna vai-ragyam) nos enseña, como hemos dicho, que el desapego que lleva el sello de la maestría es una ausencia de sed, no sólo por las cosas visibles (DRISHTA), sino igualmente por las cosas prometidas (ANUSHRAVIKA).

Lo que Patanjali califica de visible es lo que podemos aprehender físicamente, lo que está al alcance de nuestros sentidos, todo aquello que implique nuestra actividad psico-sensorial; pero son también todos los bienes abstractos (poder, estima, encanto…) e incluso los imaginados. Estas cosas denominadas visibles, comprenden también las satisfacciones de orden intelectual, la emoción artística o los placeres del estudio y el descubrimiento. En una palabra, las cosas visibles pertenecen al plano sensorial.

Las cosas prometidas son extrasensoriales. Conciernen a estas experiencias luminosas de las que nos hablan algunas enseñanzas espirituales. De una manera general, son todas las cosas prometidas a los que buscan perfeccionarse. Son “recompensas” que, bajo la forma de estados bienaventurados, llegan como para compensar nuestros esfuerzos. Se prometen a nuestro fervor, perseverancia, a todos los esfuerzos hechos por la búsqueda de la perfección, desde un cierto bienestar interior, una cierta quietud, hasta los más altos estadios de felicidad. 

Euforia, gran ligereza, sensaciones raras…los que siguen una vía espiritual conocen tarde o temprano, estos estadios de conciencia “modificada”. Son satisfacciones incomparablemente más elevadas, más preciadas que las de los sentidos y no es sorprendente que los que se benefician de ello puedan experimentar dificultades para desapegarse de ellas. Es natural intentar reproducir estas experiencias deliciosas. Sin embargo Patanjali nos advierte: el verdadero desapego consiste en mirarlas como estimulantes, pero también como artificios a los que no hay que dar demasiada importancia. La posición del yoga es muy clara: estas cosas prometidas no son extrañas en el camino, pero debemos considerarlas como simples indicaciones que marcan el itinerario espiritual de algunos. 

Son “consuelos”, estímulos que afirman su fe y les permiten situarse en el camino de la vida interior. Querer reproducirlos es una tentación. El que se detiene en ello demasiado desplaza todos sus deseos del plano material al plano espiritual: gran parte del trabajo debe rehacerse. El que se instala aquí, interrumpiendo su búsqueda, cae en la última trampa del apego.

El objetivo del yoga, que es el contacto con la fuente, no debe olvidarse nunca.
Cuando el yogui accede a él, nos enseña el aforismo 16 (tat param purusha khyateh guna vai-trishnyam), cuando “se realiza”, cuando reconoce su naturaleza profunda, alcanza el más alto grado (param) de desapego que un ser humano puede conocer: la ausencia de toda sed por las cualidades-primeras de la naturaleza.
 
Nada de lo que cambia, sea en el mundo exterior o en el interior, puede atraerlos. Como dice Patanjali, no experimenta ninguna atracción por las cualidades primeras (gunas) ni las cosas que se refieren a ellas. Sólo hay un deseo, el de permanecer unido a la fuente.

Esto no significa que el yogui realizado no sea capaz de vivir en el mundo material. Puede trabajar, beber, comer, comunicarse…pero ya no está en el estado de esclavitud en el que se encuentran la inmensa mayoría de los mortales. El descubrimiento de la fuente, de la realidad última, le ha hecho libre.

Alcanzamos aquí una cima en la vida espiritual, un nivel difícil de concebir. En el primer estadio, el yogui domina su avidez, su sed por las cosas visibles y prometidas; pero esta avidez está allí, en potencia. Esta segunda fase es el resultado de la realización. No hay avidez, ni siquiera en potencia. No hay que dominar nada. Todas las combinaciones posibles de las cualidades primeras, parecen haber desaparecido en la fusión del yogui con su fuente.



En el camino hacia ese desapego también hay grados. Si por ejemplo, cometemos un error y luego, nuestro sentido de la responsabilidad nos afecta profundamente y durante mucho tiempo, esto denota aún mucho apego, incluso en las cosas más ordinarias que, quizás se esconden detrás de nuestras exigencias morales. Si al contrario, constatando que nos hemos equivocado, reflexionamos seriamente sobre la situación, la corregimos lo mejor que podemos y luego pasamos página, demostramos mucho menos apego.

El apego puede revestir cantidad de formas sutiles. Puede ser más o menos sensual, más o menos egoísta; o puede, como hemos visto, referirse al deber moral. Pero ocurre que uno se cree atado al deber cuando en realidad busca dominar. Ocurre también que estemos atados a unas pocas cosas, pro que toda nuestra sed se remita entonces sobre ellas, con tal intensidad que nuestra vida se derrumbaría si nos privaran de éstas. El apego no es proporcional a la cantidad de bienes, ni a la importancia de la pérdida que uno corre el riesgo de sufrir. Los pobres están tan apegados como los ricos, y los viejos se agarran tanto a la vida como los jóvenes. 

Ricos o pobres, viejos o jóvenes, estamos apegados a alguna cosa. En realidad, a muchas cosas y el apego es siempre una fuente de dificultades. Es importante pues, aprender a abandonarse. Esta expresión no es sinónimo de indiferencia o negligencia, ya que abandonarse pide, al contrario, mucha atención y lucidez. Aquí no se trata de dejar de lado un objeto sin valor, sino de abandonar una cosa a la que uno valoraba, igual que se abre la mano para dejar volar un pájaro. Para abandonar, para aflojar las garras, es necesario relajarse y ésta es la razón por la que la relajación es tan importante en la práctica del yoga. El relajamiento es la escuela del desapego.

Para terminar esta sección todavía nos quedan dos aforismos (17-18) que nos darán una explicación de que es lo que ocurre cuando esa práctica y ese desapego se llevan de forma conjunta y adecuada en el Camino del Yoga.
http://www.etyviniyoga.es/index.php?option=com_content&view=article&id=242:sutras-i15-y-16&catid=53:sutras&Itemid=149

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