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sábado, 5 de noviembre de 2011

Y SE ATREVIERON A SER LIBRES

 
 
Hace unos años, fue un éxito el libro de Richard Bach que se titulaba: Juan Salvador Gaviota
 
Nos hablaba de una gaviota que se atrevió a soñar. Le interesaba ser ella misma, vivir intensamente, potenciar todos sus talentos y posibilidades.  No aceptaba la vida monótona y siempre igual de la bandada, que sólo se atrevía a vuelos rastreros, sin alma, detrás de los desperdicios que arrojaban los barcos.
 
Ella sentía en su alma el llamado de las alturas, la vocación de libertad. Por atreverse a proponer una vida distinta, la aislaron, la dejaron sola, la tacharon de loca, la desterraron.  Juan Salvador, la pequeña gaviota, aceptó la soledad del aprender de nuevo, la soledad de la búsqueda atrevida de mares nuevos, nuevos cielos, nuevos horizontes. En lo profundo de su corazón adolorido, sentía que sus alas habían nacido para abrirse a la inmensidad de lo desconocido. Y se arriesgó. Tras muchos ensayos fallidos, un día se encontró surcando los altos cielos, azules, maravillosos, inmensos, con un halo de eternidad. Y ese día entendió por qué y para qué había nacido gaviota.
 
Palpó el vértigo de lo profundo, vivió la originalidad, la iniciativa, la creatividad.  Experimentó las honduras de la perfección: llegar hasta el final de lo emprendido, llegar hasta la raíz, el manantial de su propio ser.  Ya no se trataba tanto de buscar la libertad, como de ser libre. Y se entregó apasionadamente a ser ella misma, sin ataduras ni temores.  Pero Juan Salvador Gaviota seguía amando a los suyos a pesar de que lo habían desterrado. Y decidió volver a la bandada para enseñarles que la vida podía ser algo mucho más interesante que comer y disputarse los desperdicios de los barcos.
 
Estaba seguro de que su empresa no iba a ser nada fácil, que de nuevo lo aislarían, lo ofenderían, pues no estaban dispuestos a cambiar ni a escuchar tranquilamente que alguien les hablara de la necesidad de cambio.  No importaba que no lo comprendieran: con que una sola gaviota se atreviera a soñar y emprender un nuevo vuelo, se justificaba su aventura.  En el fondo de su corazón, Juan Salvador Gaviota adivinaba que era imposible vivir intensamente su libertad sin intentar liberar a otros, que la plenitud implicaba el servicio.
 
Volvió sin prédicas ni alardes.  Sólo trataba de ser una auténtica gaviota nacida para volar.  Poco a poco, algunas gaviotas jóvenes se fueron acercando a presenciar su vuelo vigoroso. Y le pidieron que les enseñara a volar.  No les importaba que la bandada los despreciara y expulsara. Querían volar, experimentar otra vida, atreverse a ser libres.  Y se atrevieron. A vivir y a volar. A ser ellas mismas.  
 
Vivimos en un mundo que propone como plenitud el acumular y consumir.  No hay espacio para vuelos de altura, para la aventura de soñar.  Sólo cuenta el presente, la satisfacción egoísta y mezquina de las propias necesidades, la lucha despiadada por sobrevivir.  Cayeron las utopías, la pretensión de una vida distinta, de un mundo mejor, de una sociedad de hermanos.  
 
Por eso, hoy más que nunca, necesitamos hombres y mujeres que propongan con pasión el abrirse a la plenitud de lo desconocido, que nos levanten de tanto vuelo rastrero, de tanta ilusión de plenitud en un mundo sin horizontes ni  sueños, que rescaten y propongan con esperanzadora firmeza la vuelta a la utopía, el atreverse a construir un mundo donde sea posible la libertad y la aventura del servicio
 
"Todos podemos ser Maestros de vuelos de altura, sembradores de utopía, exploradores de nuevos cielos y mundos más humanos construidos más allá de los gritos y graznidos de la bandada; para que otros vean en nuestras vidas, una invitación a trascender, a ir más allá de sí mismos.  ¡Una invitación al riesgo de volar!
 
Autor: Richard Bach    
De su libro: Juan Salvador Gaviota
 
Facilitado por: www.rutasdelalma.com
 

martes, 16 de agosto de 2011

EL SERVICIO A LA SOCIEDAD

El servir a los demás no es una tarea hecha para todo el mundo, porque no todos tienen la estatura para realizarla, requiere antes de un crecimiento interior, requiere antes de un trabajo arduo sobre si mismo, requiere antes una preparación con el objeto de que las fuerzas a las que va a enfrentarse no lo dobleguen antes de que los primeros frutos empiecen a ser cosechados. La labor de servicio a la sociedad es un trabajo que no tiene marcha atrás, una vez que se ha aprendido a escuchar las voces de ayuda dentro del corazón no es posible acallarlas, permanecerán allí presentes, porque existen mas personas necesitadas en el mundo que las horas del día que puedan tenerse para ofrecérselas, es una labor que lejos de angustiar al servidor, debe llenarlo de una paz interna infinita.
Entender que el no esta solo ante el trabajo del mundo, entender que el sufrimiento es una escuela para los seres humanos, entender que el es el instrumento de la justicia divina y del amor divino, para hacer llegar exclusivamente a aquellos a quienes su balance de karma y dharma se los permite; el servicio es justamente entender que el servidor representa las manos de Dios trabajando en la tierra y que si alguien no alcanza ese servicio, es porque todavía le falta aprender algo mas.
  • Crecer en el servicio representa acercarse a Dios, experimentar ese deseo de servicio y a la vez recibir el agradecimiento correspondiente de parte de los hermanos, es una de las mayores dichas que puede un ser humano experimentar en la tierra.
  • El servidor debe aprender a dejar a un lado su personalidad y saber que ese agradecimiento no va dirigido a su persona, sino a la fuerza que actúa a través de el;
  • Debe aprender igualmente, que el servicio lo esta ejecutando Dios mismo a través de sus manos y de sus palabras, y que el solo es un instrumento.
 Tal vez estas claves permitan clarificar algunos conceptos que sumergen en conflictos a los servidores.

Resumiendo entonces, dijimos que un principio fundamental para alcanzar la armonía interior era el meditar sobre si mismo; después dijimos que esta meditación acrecentaba la energía disponible para el trabajo en sociedad.
Mencionamos como un segundo principio, que la calidad de las creencias hacia uno mismo, determinaba igualmente la calidad de la energía que nosotros disponíamos para el trabajo hacia los demás, que era el amor a uno mismo lo que permite amar a los demás.
Ahora empezamos a ver el tercer principio: los limites que un ser humano se impone en su trabajo en sociedad, están determinados por sus creencias personales acerca de cuales son sus responsabilidades como ser humano, por esta razón, es preciso entender, que el ser humano debe desarrollar estos tres niveles de actividad psicológica para poder alcanzar su completa realización.
Las palabras huelgan...
Facilitado por Roberto Palencia